Parafraseando a un ex presidente estadounidense, que respondió cuando se le preguntó cuál sería el punto más importante de su propuesta, éste dijo: "¡Es la economía, estúpido!".
Aquí, en el país más rico en reservas y con potencialidades para hacer negocios de gas en el continente, es impensable mirar nuestro porvenir sin elaborar una política energética coherente. Por el contrario, persiste la visión atrofiada y oligofrénica de la dirigencia estatal, que tiene por misión el establecimiento de un Estado racial alejado de las reglas democráticas. De lo contrario, vean la 'Constitución' que ha aprobado.
Es inadmisible la visión marxista de los hidrocarburos, que no responden a dinámicas 'confrontacionales' o revanchistas tipo '500 años'. Por ello, la 'nacionalización', instrumento de 'descolonización' del Estado boliviano para 'liquidar malditas transnacionales', que fracasó por ser una ideología opuesta a la globalidad, esgrime razones que no son técnicas, pero que sirven para descalificar, criterios que, obviamente, postergan a Bolivia como centro receptor de inversiones, distribuidor de excedentes de gas y vendedor de productos con valor agregado. 'Lógicas' perversas como éstas nos colocan en el subdesarrollo.
El país requiere inversiones superiores a diez mil millones de dólares para mover –por así decirlo– toda la maquinaria que implique perfilarnos como 'hub energético', mucho más de los mil milloncitos que la nacionalización anda llorando. No es capricho decirlo. Ni es insulto ni ofensa para la dirigencia gubernamental, pero cierta e innegablemente ésta no tiene la peregrina idea de lo que es planificación energética a largo plazo.
No tiene cuidado para preservar mercados (¿acaso no peligran los suministros por contratos pactados?), menos buscar nuevos. No tiene pensado reformular presupuestos de la 'refundada' estatal petrolera –que ni siquiera refundó– para hacerla una compañía petrolera de primer nivel continental. Mantiene la boca cerrada, eso sí, respecto a la perenne intromisión de Venezuela, que, reitero, no va a permitir que Bolivia desarrolle su potencial energético.
En tanto no resuelva el entuerto de su fallida Constituyente y no dé un giro dramático a su cosmovisión, no vendrán inversiones para la industrialización; sin embargo, se enorgullece de su alianza con Irán. Anunció crear una subsidiaria de la estatal a cargo de la 'industrialización', pero el asunto es algo más complejo: se requiere muchísimo dinero con un ambiente político de estabilidad y certidumbre.
¿Cómo encarará el Gobierno el prometido programa de conversión de gas a diésel si ni siquiera puede sostener el suministro interno de combustibles o diseñar un programa de gasoductos internos que satisfagan las necesidades de gas en Tarija? ¿Cómo puede hablar de nuevos contratos o mayores volúmenes de suministro de gas de exportación si ni siquiera conocemos su programa de inversiones en exploración? ¿Cómo se atreve a pergeñar ideas de petroquímica si ni siquiera nuestras viejas refinerías están a la medida del mercado interno? Eso sí, se llena la boca con su nacionalización, cuya única recaudación fiscal proviene del peleadísimo IDH, que no es producto de aquélla. Aquí no hay odio ni amor, sino simple y llana frialdad pragmática. Los negocios energéticos deben encararse con ese perfil y con un único fin: diseño de una sociedad boliviana sin pobreza, competitiva, incluyente, igualitaria… Pero para lograrlo debemos estar enrolados al mundo global, y todavía siguen preguntando cuál es el motor de nuestra vida para los próximos años: ¡es la energía, estúpido!
Un espacio de análisis y debate de la realidad boliviana, desde la perspectiva energética. Energía, Gas, Petróleo para el Desarrollo Económico.
viernes, 1 de febrero de 2008
¡Es la energía, estúpido!
Por Boris Gómez Úzqueda
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario