Por Boris Gómez Úzqueda
Los constantes problemas de hidrocarburos en Bolivia que hicieron crisis con el ‘gasolinazo’ de diciembre tienen un paralelo internacional: Venezuela, que anda tan mal como Bolivia en asuntos energéticos, prueba que el ‘socialismo del siglo XXI’ no tiene éxito, tampoco en asuntos de energía.* Máster en Administración de Empresas y consultor del sector privado
Venezuela es una potencia petrolera de peso mundial mal dirigida en sus políticas públicas de hidrocarburos. Prima el despilfarro. El Presidente de ese respetado país hermano necesita mucho más dinero para seguir financiando su costoso discurso del ‘socialismo del siglo XXI’ y continuar subvencionando a gobiernos satélites que le siguen incondicionalmente.
Lo que ocurre a Venezuela en su política energética es directamente de interés para Bolivia: con una correcta alianza, Bolivia y Venezuela pueden lograr importantes proyectos de suministro de gas, petróleo y productos con valor agregado para el continente. Pero sucede todo lo contrario: Chávez tiene una fijación con el gas boliviano: no permite que sea industrializado porque siente que sería competencia como suministrador de energéticos de bajo coste en este lado del Cono Sur. Anunció echar mano de sus exportaciones de crudo, de sus reservas y de sus bienes en el exterior. La bella Venezuela, que produce 2,2 millones de barriles de crudo al día, puede ser más lujosa y rica que Catar, Arabia Saudí o tener el mismo nivel de vida de Canadá o EEUU. Sin embargo, sigue siendo un país pobre sin viviendas suficientes, con programas de salud criticables y con su principal metro de transporte capitalino, el de Caracas, necesitado de una remodelación urgente.
Ahora piensan emitir bonos de su estatal petrolera –cuando lo lógico sería administrar razonablemente la multimillonaria cantidad de recursos que recibe por exportación de crudo–; suplementariamente intentan vender la compañía petrolera Citgo (venezolana) que opera en EEUU y que tiene a cargo la distribución y comercialización de combustible, además de operar refinerías en Louisiana, Texas e Illinois. Esa compañía llevó crudo a EEUU y lo refinó y comercializó por más de 20 años. Ahora estaría ‘a la venta’ valuada por el régimen en $us 10.000 millones. Quizá consiga, a duras penas, $us 4.000 millones. Y no porque no tenga valor, sino porque –dicen los expertos amigos de Caracas en temas de hidrocarburos que me envían datos permanentemente– fue mal administrada y utilizada políticamente. Esa venta no es una decisión inteligente: en algún momento de la historia Chávez tendrá que irse del poder y Venezuela, sin Citgo, estará muy en desventaja y fuera del mercado estadounidense. Sentar de nuevo presencia venezolana en ese gigante mercado de combustibles y crudo será, posteriormente, muy complejo. De ocurrir esa venta, Chávez tendrá muchísimo dinero para seguir malgastando en su proyecto retórico, en sus alianzas con Irán y en su financiamiento a Cuba y a Bolivia. Hace unos años prefirió regalar combustible a un barrio de Nueva York en vez de proporcionarlo a los venezolanos.
Este es otro ‘gran’ ejemplo de erráticas políticas energéticas del presidente de Venezuela. La moraleja es: no despilfarrar las bendiciones de Dios en politiquería.
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