Cuenta mi abuelo, un cruceño de esos bien plantados, que Santa Cruz se construyó sobre la base de la energía de su gente. Mi padre, otro chaqueño de antaño, relata días apacibles en la vieja Santa Cruz de la Sierra, donde esfuerzo y solidaridad han sido forjadores del carácter cruceño.
Para el siglo XXI, el pulmón de la industria, el comercio y los negocios a escala está en Santa Cruz. En lo político es muy obvio el solapado objetivo de dirigentes estatales de anular a Santa Cruz y su institucionalidad para quebrar su crecimiento ligado a la agropecuaria, el comercio, los negocios y próximamente la energía. Y en este acápite Santa Cruz asumió el reto: dejar de lado la visión ‘rentista’. No sólo regalías o participaciones derivadas de la producción están consideradas para el desarrollo, sino también industrias e inversiones en ‘upstream’ y ‘downstream’ para posicionar la ciudad estratégicamente en el Cono Sur, por donde “confluirán y se unirán todos los caminos de este lado del mundo”, según anunciaba ese prohombre de la conquista del oriente boliviano, Diego de Mendoza.
El liderazgo en asuntos energéticos hará de Santa Cruz un centro de negocios indiscutible. Por ejemplo, la simple ‘re-estatización’ de la refinería Palmasola no es suficiente para una Santa Cruz que bien puede ser ‘capital’ del refino de Zicosur (Zona de Integración del Centro Oeste de América del Sur). Debemos exigir y mirar el horizonte: construir una planta de GTL (conversión de gas en diésel ecológico) con una inversión mínima de $us 500 millones o una petroquímica del polietileno (de 600.000 toneladas/año) de casi $us 1.500 millones, proyectos que necesitan respaldo financiero internacional. Los beneficios esperados se podrán medir en recaudación impositiva (a las utilidades, por ejemplo), en crecimiento del PIB y en industrias que ‘crecen’ en derredor de proyectos de gran escala.
Y la Prefectura tendrá un rol decisivo: deberá asumir a través de una secretaría de Hidrocarburos, ante la inactividad del Poder Ejecutivo central, la articulación de proyectos bajo la modalidad ‘joint venture’, para que en el lapso de unos cinco años –y así tratar de recuperar tiempo perdido con la ‘nacionalización’– se promuevan flujos de inversión en proyectos GTL (cubrir demanda interna de diésel y exportar el excedente a estados brasileños como Mato Grosso), petroquímica (con un mercado ‘a la vuelta de la esquina’ como el de San Pablo), termoeléctrica (Paraguay y Brasil requieren electricidad) y expansión de gasoductos y oleoductos. El proyecto no olvida la inclusión social: conexiones de gas domiciliario para el Plan 3000, la Villa Primero de Mayo y la zona periférica y rural a fin de que la energía de la gente siga siendo el motor del liderazgo.
Santa Cruz debiera relanzar una alianza energética institucional con Brasil –un segundo gasoducto– y construir caminos biocéanicos y aeródromos que soporten infraestructura para la siderurgia del Mutún con Puerto Busch como ‘hub’ energético; asimismo, una petroquímica binacional, proyectos de urea, plásticos, fertilizantes, industrias de hierro y conexiones ferroviarias, termoeléctrica y otros negocios con respaldo multinacional (¿dimetil éter para mercados asiáticos?), además de inversión permanente para exploración de reservorios de gas y petróleo.
La construcción del gasoducto a Brasil en la década de los 90 movió millones de dólares y afectó positivamente al PIB regional con la generación de empleo. Pensemos en ese ‘efecto dominó’ en la región cuando el gas –desde nuevas zonas exploradas y en desarrollo en Santa Cruz, o desde el Chaco– sea extraído para industrias de valor agregado: el crecimiento del país será por la energía de Santa Cruz.
FUENTE: http://www.eldeber.com.bo/2007/2007-10-20/vernotaopinion.php?id=071019221443
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